Nicanor González del Solar
Nicanor González del Solar ingresó a la Corte Suprema en 1901, la integró durante 23 años y su presidencia, que se extendió entre 1910 y 1924, fue la segunda más prolongada en la historia del Tribunal, solo superada por la de Roberto Repetto (1931-1947).
Según las versiones más difundidas, González del Solar nació el 10 de agosto de 1842 en la ciudad de Corrientes, aunque algunos registros biográficos lo presentan como porteño. Hijo del inmigrante español Gerónimo González del Solar y de la uruguaya Margarita de la Puente Ceballos, fue el más ilustre de los referentes de un linaje que, a lo largo de generaciones, alumbró a múltiples personalidades destacadas. Entre ellos, sus propios hermanos Melitón (médico, docente y periodista) y Andrés (juez de paz e intendente de Rosario), varios juristas notorios y, ya entre nuestros contemporáneos, su homónimo exrugbier de Los Pumas, cronista deportivo y profesor de literatura.
El cambio de siglo, del XIX al XX, marcó una bisagra en la trayectoria de Nicanor, hasta entonces signada por un derrotero intenso que lo llevó por diversas geografías, intereses y actividades profesionales. Con su designación en la Corte por parte del presidente Julio Argentino Roca, el 22 de mayo de 1901 -para entonces, ya asentado en Buenos Aires- daría inicio a una etapa más sosegada y estable, donde pudo desplegar, con un rol protagónico en la conformación del Máximo Tribunal, todos sus conocimientos y su experiencia acumulada: fue el juez de mayor edad de aquel período y ocupó el cargo hasta su muerte, ocurrida el 12 de septiembre de 1924.
González del Solar había estudiado en el Colegio del Uruguay, en Concepción del Uruguay, y luego en el prestigioso Colegio Nacional de Monserrat, en Córdoba, provincia en cuya universidad nacional se graduó de doctor en derecho civil en 1866.
Todavía sin el característico y tupido bigote blanco que luce en los retratos de su etapa como magistrado, una vez recibido fue secretario de la Academia de Jurisprudencia, donde se cursaban las prácticas previas a las autorizaciones para ejercer la abogacía.
Paraná fue su siguiente destino, desde donde se trasladaría al poco tiempo a su natal Corrientes, acompañado de algunos miembros de su familia, entre ellos su hermana Carolina y el marido de ella, José Hernández, a quien le faltaba un lustro para publicar su consagratorio Martín Fierro. Allí lo nombraron juez local y, más tarde, procurador fiscal ante el juzgado federal: eran sus primeros pasos en el poder del Estado al que dedicaría sus mayores contribuciones públicas.
Los historiadores especulan con que los constantes cambios y tensiones internas en suelo correntino lo obligaron a buscar otros horizontes. Su siguiente destino fue Rosario. En la cuna de la bandera trabajó como abogado y docente de derecho civil, ocupó distintos cargos en la Justicia y hasta incursionó en el periodismo forense, colaborando con la publicación “Anales del Foro Argentino”. Además, fue convencional constituyente para la reforma de la Carta Magna de Santa Fe y e incursionó en la política, al acercarse a la figura de Adolfo Alsina y, en el plano provincial, militando activamente en las huestes opositoras al entonces gobernador Servando Bayo.
Su periplo, ya casado y padre de una numerosa prole -aunque la información sobre su vida personal es escasa, portales de genealogía en Internet le adjudican 13 hijos e hijas-, concluyó en la Capital Federal: en 1887 asumió como juez en lo comercial y tres años después pasó a integrar la Cámara de Apelaciones del fuero, que en aquella época tenía también competencia criminal y correccional. Allí estuvo hasta su designación en la Corte en los albores del siglo XX, ocupando el sillón que había dejado vacante Enrique Martínez tras su fallecimiento.