José Severo Caballero
Nacido en Córdoba el 12 de mayo de 1917, José Severo Caballero –que integró de la Corte Suprema entre 1983 y 1989, y la presidió desde 1985– fue el primogénito de un matrimonio conformado por un empleado del ferrocarril y una ama de casa. Provenía de una familia con inclinaciones políticas hacia el radicalismo y se destacó como penalista en el ejercicio de la abogacía y el ámbito académico, antes y después de su paso porel Máximo Tribunal.
Formado en la Universidad Nacional de Córdoba –donde se graduó en 1946 y se doctoró en mayo de 1963 con una tesis titulada “El embargo y sus efectos en la defraudación del art. 173, inc. 9, del Código Penal”–, tuvo una destacada trayectoria docente en dicha institución, que en 1971 lo nombró, por concurso, profesor titular de Derecho Penal. Además, fue un asiduo conferencista y miembro honorario del Instituto de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho de la UBA, e integró la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Caballero ingresó a la Corte a los 65 años, luego de haberse desempeñado como fiscal de la Cámara del Crimen entre 1955 y 1958 y como vocal (y presidente) del Superior Tribunal de Justicia en su provincia natal, cargo –este último– al cual accedió en 1963 y del que fue destituido en 1966 por el golpe de Estado encabezado por Onganía. Compartió la Corte, en su conformación inicial tras el retorno de la democracia, con Genaro Carrió, César Augusto Belluscio, Carlos Fayt, Enrique Petracchi y, más tarde, también con Jorge Bacqué, reemplazante de Carrió tras su renuncia por enfermedad.
Fue uno de los magistrados que en 1987 avaló la constitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto final. “No incumbe al Poder Judicial juzgar sobre la oportunidad, el mérito o la conveniencia de las decisiones de los otros poderes del Estado, sino que es misión de los jueces, en cumplimento de su ministerio como órgano de aplicación del derecho, coadyuvar en la legítima gestión de aquellos”, expresó en el voto mayoritario de aquel fallo.
Dos años después presentaría su dimisión el 31 de octubre del ‘89, en desacuerdo con la ampliación del número de miembros del cuerpo impulsada por el Poder Ejecutivo.
Autor de varios ensayos donde expuso su idea unitaria y sistemática de la ciencia jurídica, en sus producciones hizo foco en el flagelo de la corrupción, como quedó plasmado en los artículos “El enriquecimiento ilícito de los funcionarios y empleados públicos (después de la reforma constitucional de 1994)” y “La Convención Interamericana contra la corrupción y la legislación penal argentina”, publicados en la revista La Ley a fines de los años ‘90.
El rasgo común de su obra “es el de una reflexiva y serena ecuanimidad, guiada siempre por una firme adhesión a los principios supremos del derecho, y por la conciencia de la importancia humana de los materiales con los que el derecho penal opera”, expresó el jurista Sebastián Soler, al introducir su incorporación como académico del derecho en 1976. Y agregó: “Sus trabajos versan casi siempre sobre temas de derecho positivo, y aunque las tesis son siempre apoyadas sobre un firme acopio de materiales, nunca se verá en ellos muestra alguna de complacencia en la propia erudición”.
Al rendirle homenaje, en tanto, el dirigente radical Jorge de la Rúa lo evocó como un hombre “de varias trincheras”, y dijo que Caballero “fue soldado en todas ellas –el estudio, la investigación, la docencia universitaria, las funciones públicas, la magistratura–, integró el ejército repúblicano y fue uno de los más valientes defensores de la democracia”.
En 2017, al celebrarse el centenario de su nacimiento, su discípula y exjueza Rosa del Socorro Lescano lo caracterizó como un “republicano cabal con profundo sentido ético”.
Casado con la abogada Beatriz Helena Saluzzi, Caballero –a quien sus allegados definían como un hombre sencillo, austero, afable y de modales provincianos– recibió condecoraciones de los gobiernos de España, Italia y Francia, entre otros. Trabajó en forma particular en su estudio hasta pasados sus 80 años, y falleció en Buenos Aires el 27 de febrero de 2005.